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El acto médico: ritual de poder ¿para diagnosticar o para curar?
Visión de una antropóloga

María Irene Victoria
Antropóloga. Colombia

Para muchos el acto médico es simplemente un ejercicio profesional, una actividad en la cual se pone en práctica los conocimientos del saber médico. Esta mirada que lo define como un acto técnico no permite develar el componente socio - cultural que en él subyace.

Es necesario entonces, identificar dentro de este orden los siguientes componentes:

Todos estos componentes se articulan en una simultaneidad, para trascender la simple tenacidad del acto, en consecuencia esto nos permite reconocerlo como un acto complejo inscrito en el mundo socio-cultural de los actores que en él intervienen.

A pesar de esta complejidad, el acto se repite invariablemente como un ritual, al interior del cual, los participantes tienen definido su actuar según el orden preestablecido que guía su proceder.

El ritual se inicia en el momento de ingreso del enfermo al consultorio, hecho que lo convierte en paciente, denominación adquirida gracias a la categorización que el mismo acto establece sobre los participantes; así, el médico como poseedor de un saber ha dispuesto el lugar -consultorio- como escenario simbólicamente definido: objetos dispuestos para un actor que autoriza la palabra y decreta el silencio, que organiza y decide la secuencia gestual del cuerpo, construyendo una gramática bajo las reglas de una sintaxis que permite enunciar solo aquellos signos elegidos por su ciencia.

Tras una anhelada objetividad el médico intenta limpiar el campo de intermediación de toda subjetividad, afanosamente, como si actuara a partir de una analogía con el cirujano, repara, disecciona, quita, corta todo aquello "tormentoso" obstaculizador del pretendido proyecto científico positivista: diagnosticar con precisión, pues actúa bajo la "incuestionable" verdad que legitima al diagnóstico como garante primordial de la curación.

En el consultorio este delirio guía el suceder del acto médico, el ritual es el encuentro del médico con la enfermedad, así se inicia, marcado por la ausencia de una verdadera interacción dialógica entre dos sujetos; entonces la enfermedad desplaza al ser humano.

Un marcado interés por encontrar signos que le lleven a descubrir la patología del cuerpo, esa patología legitimada, "patentada", controla el acto médico. Este interés determina la ocurrencia del ritual, así diagnosticar pareciera ser el gran reto del intelecto médico, quizá porque con este pretendido acto, logra instaurar el dominio de la razón, y la confirmación del poder de su saber.

En una "historia" fragmentada, de todo el universo simbólico de un llamado "paciente" se han consignado sólo aquellas claves codificadas en la especificidad de los biológico.

La historia clínica desplaza a la historia del ser humano, urdimbre compleja de la producción del sentido de una vida que dibuja su cotidianidad con trazos de lo biológico, lo psíquico, lo social, lo cultural, tejiéndose entre sí para dar un paso al sentido de totalidad e identidad.

En el repetido ritual de la consulta se reafirma toda la tradición de la razón occidental, la cual tiende sus redes, establece dominios, construye metáforas metodológicas, conjura un imaginario de totalidad fraccionada, renuncia a los riesgos de la complejidad y de la incertidumbre.

El legado positivista bajo la idea de modelo, levanta como pregonero de bando la urgencia de la homogeneidad a costa de las múltiples posibilidades de la heterogeneidad. Con fino bisturí de acerado metal "objetivista" ha dividido el mundo de la vida misma.

El precioso oficio de ordenar y clasificar, ha roto los conectores en los cuales reposa el misterio de la vida, por ello en su modelo representativo de límites, ha pretendido un dominio iluso, expresado en la conformidad de "objetos de estudio", semantizados como partes de la compleja totalidad; sin embargo, en su concreción, rotos sus conectores, no ha logrado mantener el vínculo de integralidad.

En el minucioso afán de definir límites, fue construyendo múltiples representaciones de la realidad, fundamentadas en oposiciones fragmentadas tales como cuerpo-psique, materia-espíritu, razón-sentimiento, etc.; de tal forma dividido el mundo, la especialización en las ciencias, se ha elegido como el acto supremo de dominio, cuya meta final consiste en la predicción y el control.

El acto médico es expresión de la anhelada especialización buscada por la razón occidental. Trabaja sobre el ser humano desde los límites que le señala la concepción biologicista, de ahí que en ese pequeño escenario del consultorio, un hombre negado en su condición simbólica y sólo reconocido en su condición anatómica sea escudriñado, maniobrado bajo una incuestionable relación de poder que privilegia un diálogo dirigido sólo por las categorías del saber médico.

En este contexto del acto médico, es pertinente preguntar ¿en qué lugar se ubica el interés de curar frente a la gran intencionalidad de diagnosticar? Tal vez en la mayoría de los casos, la eficacia del rito se planea para obtener un solo resultado: el diagnóstico. Entonces la prioridad se define: diagnostica la enfermedad para curar la enfermedad.

En la lógica que sustenta el ortodoxo saber médico, la pertinencia de esta prioridad no se cuestiona, sin embargo desde una mirada más integradora, menos fragmentada, menos biologicista, se podrá relativizar y sería posible, entonces, cambiar su sentido a partir de una reconceptualización de la enfermedad como un evento que hunde sus raíces y sus efectos en la totalidad del ser humano, no sólo en lo biológico, también en su dimensión social, cultural y afectiva.

Desde esta perspectiva el acto de curar y de diagnosticar convocaría todas las dimensiones en su intento por curar al hombre y no a la enfermedad; por consiguiente, ubicado en un sentido de totalidad y complejidad, el ritual podría redefinir el lugar de las intencionalidades, de tal manera que lo esencial fuere curar.

Esta redefinición exigiría reconocer que la clave del acto de curar no sólo está en el diagnóstico preciso y en una prescripción médica acertada, va más allá, se funda en una relación dialógica, la cual se inscribe en un escenario donde los universos sociales, culturales y afectivos, tanto del médico como del paciente, intervienen para construir a partir de la interacción, interpretaciones, valoraciones, orientadoras de las conductas del "paciente" y del médico frente a la enfermedad. Es justamente en esa interacción que se teje la eficacia simbólica, la cual puede ser la clave para conducir el proceso de curación.

Ahondar en esta reflexión para construir una lectura sobre la relación médico-"paciente" implica reconocer que:

  1. Aunque el acto médico pretenda ser una experiencia técnica o científica meramente objetiva, en ella interactúa una dimensión subjetiva que no se ha tenido en cuenta para dimensionar su aporte en los procesos de curación.
  2. El proceso de curación no depende exclusivamente de un diagnóstico y un tratamiento adecuado, esta mediado por determinaciones subjetivas, construidas socialmente, las cuales el médico desconoce y subvalora.
  3. La única intencionalidad de diagnosticar, interfiere como una gran barrera en la adopción de una actitud más creativa por parte del médico y del paciente para dar oportunidad de afloramiento y/o afianzamiento de otras claves determinantes en la curación que no se encuentran en la objetividad del saber médico sino en la comprensión de la vida del "paciente" como totalidad interferida por la enfermedad.

Por último, desde esta perspectiva, el ritual podría relativizar las relaciones de poder entre médico-paciente, construyendo una interacción más humana, menos dogmatizada, reconociendo dos actores convocados al ritual por la intencionalidad de curar, de dignificar y cualificar la vida como totalidad y no sólo como entidad biológica, así estos actores estarían dispuestos a poner en juego, para su logro, procesos y técnicas no sólo de un saber médico sistematizado, sino también ricas estrategias y múltiples experiencias en el orden de lo subjetivo y de lo simbólico, que sin estar legitimadas por un poder omnicomprensivo, interactúan, siendo posibilitadoras de vida.