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PAYAN
MÁS ALLÁ DE LA CURACIÓN

LA ENFERMEDAD COMO METÁFORA DE UN PROPÓSITO VITAL
Julio César Payán
Médico. Colombia
-- Encuentro Internacional de Terapia Neural. Barcelona 1998 --






En la creencia religiosa más difundida en nuestra cultura uno nace con el pecado original, pecado que uno no se puede quitar por sí mismo,  aparece entonces la Iglesia como un poder, y a través de un representante de ella nos libera y se nos quita el pecado original. Desde ese momento se nos signa con la maldición del NO PODER. No poder hacer uno las cosas más vitales, siempre y ante las dificultades de nues­tro destino tiene que llegar un poder, casi siempre institucionalizado, a liberarnos de los peligros de un mundo que nos acecha y que está fuera de nosotros, que nos invade, y que nos causa males y dolores. Le tememos al mundo, pero a pesar de eso nos dicen que lo cuidemos, que no lo destruyamos, es un contrasentido, y es una de las causas por las que la ecología no pega.
El ser humano va por la vida con el sello indeleble para que no se le reconozcan sus capacidades o sus potencialidades, todos nos convertimos en pacientes, pasivos, y cada vez nuestra cultura nos torna más incapaces.
Antes, por ejemplo, el niño aprendía sus primeras letras de la mano de la abuela, o de la tía o de sus padres, ahora la presión se dirige a llevar al chico desde muy pequeño al jardín escolar. A esa edad lo toma el poder de la educación, el poder de la enseñanza que lo va aconductando para ponerlo a su servicio y para que él repita una lección muy bien aprendida. El autoaprendizaje ya sólo se acep­ta si es dirigido por un vídeo, de eso ya hay bastantes ejemplos en la calle.

Después de este prólogo le quiero decir que la enfermedad puede tener varios significados: por una parte uno es el que le da la ciencia médica, que le reconoce un punto de vista meramente biológico. Para ella la enfermedad representa una alteración de un orden previamente establecido, es como salirse de un modelo o de una norma, o de una uniformidad, enfermo es aquel que no es igual o que no se comporta igual que lo estadístico. Y a esa salida de la norma se le achacan causas externas como microbios, contaminantes, virus, etc., y las explicaciones que se buscan son de tipo biológico. Es la visión más aceptada en nuestro modo de pen­sar, es la aceptada por la ortodoxia médica, la que se enseña en las escuelas oficiales, es la imperante, pero se les olvida y no tiene en cuenta los significados culturales, sociales, políticos o religiosos.
Pero la enfermedad, además, puede ser la forma cómo un organismo total (mezcla de cuerpo y alma, ambos fundidos a la vez en un solo ser), expresa la necesidad de adaptarse elásticamente a circunstancias biológicas, políticas, culturales, ambientales, etc. Y aquí entro a hablar del significado de la enfermedad desde lo que se puede llamar lo alternativo. Desde este último punto de vista digamos que el organismo hace, ÉL HACE, un fenómeno llamado enfermedad como parte de un proceso adaptativo frente a sus diferentes ambientes o medios (cultural, social, biológico, etc.). Es que no podemos seguir escindiendo más a la persona, ella unifica todas las posibles causas o lecturas y hace una enfermedad. La enfermedad se interpreta entonces como un proceso, no como algo estático, no es enfermedad lo contrario de salud, sino el reflejo de la necesaria elasticidad vital que permite la adaptación del ser total, mente y cuerpo como un todo.

Sí seÑora, algo así como que el médico "sabe" cómo debe funcionar mi organismo y tiene, además, el poder de volverme a la norma. Cuando una persona sien­te que algo no marcha bien le entrega el cuerpo al poder sanitario médico para que él lo aconducte nuevamente con pastillas, bisturí, agujas u otras medidas, y trate de arreglar las diferentes partes como en un juego mecánico de ajustes de piñones; deba de reconocer y subordinarse al poder del conocimiento médico, como debió hacerlo en el caso del pecado original.
Cuando el ser se enferma debe acudir al poder médico, y así como antes el poder religioso lo liberó del pecado original, ahora el poder médico lo liberará de sus males, y les buscará explicación. Los médicos andamos entonces como viejos caballeros andantes rescatando enfermos para que vuel­van a la norma, a lo sano, a la uniformidad. Actuamos entonces como normativizadores del ser humano desde el punto de vista biológico.

Claro, aquí se comienza a ver algo paradójico, ya que todos esos poderes: las religiones, el sanitario, el escolar, el político, el social, el familiar, el gregario profesional, el de clase social, etc., se controlan y manipulan entre sí, hasta hacen sinergia entre ellos, a veces se vuelven cómplices, el poder sanitario marca las pau­tas de la salud a todos, los manipula en ese sentido, pero los otros a la vez lo manipulan a él; al final, macabramente, todos se manipulan entre sí, llegando a un mundo de manipuladores-manipulados. Por eso no nos damos cuenta del problema, al fin nadie se siente manipulado ni manipulador, todos en paz y todos en el engaño o el juego, es como la paradoja de la cueva de Platón.

Resulta que el mismo poder médico o conocimiento médico, tiene unas pautas y modelos específicos de lo que es ser sano. Y sano es aquél que se acomode a esas pautas ya establecidas, a esa uniformidad. A veces no importa que el paciente no se sienta mal, el problema es la norma, y si no está dentro de ella se clasifica como enfermo, o a veces la persona se siente mal, pero si esas mismas pautas no encuentran clasificable la causa y su mal, lo considerarán un enfermo imaginario, un histérico, como lo llaman despectivamente.
La medicina siempre tratará no sólo de llevarlo a la norma, sino de mantenerlo dentro de ella, para eso hay tratamientos de por vida y mucha vigilancia del aparato sanitario. Pero el problema es que entre más se normativiza, más difícil es mantener a la gente en la norma, así que cada día harán falta más vigilantes- médicos que sean guardianes de la perfecta salud, y cada vez la humanidad se buscará formas mas sofisticadas de salirse. Aparecen entonces nuevas enfermedades y lógicamente más formas de meterlo en la norma: más drogas, más médicos, más normatividad, etc. en un círculo vicioso de nunca acabar con las implicaciones económicas de ganancias que el sistemita conlleva.
Después de someterlo a sus parámetros la fuerza sanitaria lo califica como sano, así que en este caso la medicina se convierte en juez, parte y poder. Lleva todas las de ganar. Eso sin hablar, repito, de los entronques con la gran industria farmacéutica que actúa como látigo de aconductamiento a las normas y que a su vez sostiene económicamente el sistema. Todo calza entonces perfectamente.

La enfermedad también tiene, ya lo decíamos antes, significados culturales, sociales, religiosos, económicos, es decir, todo lo que involucre la vida del ser humano, incluyendo el cosmos.
Desde los tiempos más antiguos los pueblos han utilizado la enfermedad como castigo a violaciones de leyes o preceptos, aún oímos a gente discutiendo si la autocomplacencia sexual es o no buena, por ejemplo.
Desde el punto de vista biológico, y teniendo en cuen­ta que al mundo lo vemos como una amenaza que nos invade, la medicina habla de que a la persona le da un cáncer, o una gripa, o un sida, o una artritis, etc., es decir, las cosas vienen de afuera hacia dentro. Somos receptores pasivos, pacientes de hechos o fenómenos externos a nosotros, ¡por lo tanto siempre necesitaremos un poder que nos libere de todo mal y peligro..!
Desde el punto de vista alternativo, nosotros lo que pensamos es que el enfermo hace una enfermedad, lo cual ya cambia profundamente la lectura de las cosas.
Dentro del proceso vital, el ser humano (cuerpo y mente en unidad total) hace fenómenos de adaptación que son procesos que a la vez forman parte de un proceso vital que se ha llamado enfermedad. Insisto que hace determinado proceso (ojo, que es un proceso dinámico y no estático como lo ve muchas veces la ortodoxia) para adaptarse a situaciones tanto exógenas o externas como endógenas o internas.
Aquí aparece un concepto que es el del conocimiento, ya que para que el organismo haga una enfermedad debe de tener un conocimiento. Decimos entonces que todas las células, tejidos y órganos del ser humano tienen conciencia de ellos mismos y del todo, una conciencia y un conocimiento participativo que hace que en determinado momento un órgano sepa que tiene que inflamarse para mantener determinado tono y orden del todo, esto lo explica la fractalidad, de la cual hablaremos en otra parte.
Descubrimientos en medicina también respaldan esta posición ya que se han encontrado receptores de información nerviosa, neuropéptidos y neurorreceptores (la información nerviosa es la que lleva el conocimiento de todo el organismo) en casi todos los órganos, hasta en la sangre. Esto conformaría una gran red de información, no sólo de las partes del organismo entre sí sino también con todo el mundo exterior, ya que el sistema nervioso es el que nos mantiene en intercambio con todo el mundo externo, no sólo cercano, sino también lejano. Como lo dirían los antiguos, es el todo en la parte y la parte en el todo, y el todo siendo más que la suma de las partes. Es que tenemos que recordar que el todo no está en la parte de manera morfológica, sino en forma de conocimiento o de conciencia.
Así que en determinado momento, como fenómeno de adaptación y de conocimiento y conciencia, el ser huma­no debe optar por una posibilidad que se llama enfermedad para mantener un orden propio que lo adaptare a lo externo y a lo interno, casi diríamos que él en este proceso no distingue lo interno de lo externo.
Cuando el médico comienza a trabajar esta lógica  que el organismo hace un proceso enfermante  y a mirar la enfermedad ya no como a un enemigo al que hay que destruir y atacar porque saca al hombre de la uniformidad, sino como a una manifestación adap­tativa del ser humano vivo, el tratamiento no se dirigirá contra la enfermedad, sino que se dirige al ser humano como un todo (no hay enfermedades sino enfermos), para estimular sus funciones adaptativas y su elasticidad, para que en él surja un orden diferente que no haga necesaria la enfermedad como metáfora, creo que así se puede decir. Los tratamientos realmente alternativos esto es lo que buscan.
De esta manera en lo alternativo, visto desde esta pers­pectiva, no hay diagnósticos de enfermedades sino procesos vitales en los cuales médico y enfermo interactúan. El médico entonces no puede ejercer un poder vertical, uniformante sobre el paciente sino que tendrá que estimular procesos de autocuración. Lo que para el ortodoxo es un paciente, para el alternativo es un ser humano que en ese momento se llama enfermo o enferma con el que hay que interactuar estimulando la aparición o el surgimiento de un orden pro­pio que no haga ya necesaria la presencia de la enfermedad. Ya ve Ud. que lo alternativo no es la herramienta o el método sino la concepción.

Esto que estoy diciendo suena blasfemo para la ortodoxia, pero para nosotros es una realidad con la que nos encontramos todos los días en nuestro trabajo al ver las cosas con otra racionalidad y con otra lógica.
El problema de dónde está la verdad es otra cosa, creo que la verdad no está ni la tiene, ni es propiedad de una u otra u otras concepciones. No olvidemos la racionalidad del brujo, del tewalla, del chamán, del negro, del curandero, del homeópata, etc. La verdad es algo tan profundo que va mucho mas allá de la realidad, que al fin no es más que el producto de nuestras lecturas y racionalidades.

Cuando decimos que el ser humano hace una enfermedad o incorpora a su proceso vital un aparente des­carrío que llamamos enfermedad, podemos pensar que por una parte une en sí mismo todos los factores de enfermedad de que hemos hablado: los culturales, los biológicos, los sociales, los cósmicos, etc., y aquí ya tenemos un factor de integración total, algo que ya nos acerca a lo holístico.
Por otra parte esta connotación de hacer una enfermedad conlleva un poder. Volvemos a la importancia de recuperar el poder del organismo, de la persona o del ser, de ser activo, no es que le dé..., es que él tiene el conocimiento y el poder para hacerla. Y así como tiene el poder de hacerla, tiene el poder, la fuer­za o el conocimiento de desaparecerla, modificarla o modularla cuando encuentre un nuevo orden que ya no la haga necesaria. No es ni siquiera que el médico le transfiera al organismo el poder de curarse, no, es que tiene que reconocer ese poder y aprender a trabajar en solidaridad y de la mano con él, es como un senti­miento que debe de acompañar al acto médico.
Mientras que el aparato sanitario ortodoxo ejerce su poder: "yo sé lo que Ud. necesita", con la visión alternativa se tiene que dialogar con ese otro poder inteligente que es el ser del paciente, en este caso ya no es paciente, es actuante, así la relación médico-enfermo pasa de ser una relación de sólo poderes a una de solidaridades, de reconocimiento de saberes, de respeto, diría que es entonces una relación profunda­mente amorosa.
Mientras que en la objetividad del actuar ortodoxo reina el conocimiento científico preestablecido, el recetario que aconducta, el poder vertical, en lo alternativo además del necesario conocimiento, como es el saber poner la aguja, los límites de lo posible, etc., se impone también el sentimiento. Específicamente la Terapia Neural es una terapia de conocimiento y sentimiento, el sentipensar de que hablan algunas comunidades indígenas.

Tiene muchas connotaciones más. Si pensamos otro poco, ya no hay médico y paciente, o sea, observador y observado, objetividad y sujeto objetivado, sino una interacción de seres humanos. Es una relación solidaria, pero más profunda aún, sin objeto y sujeto, son ambos actuando. Se rompe esa dualidad o bipolaridad de la objetividad que es una de las bases de nues­tra racionalidad actual: el médico mira objetivamente al paciente, la ciencia a la hipótesis, el sociólogo a la sociedad, el historiador a la vida, y así ad infinitum en una fantasía que ya la misma física cuántica destruyó cuando demostró que el observador interactuaba con lo observado. Sir A. Eddington decía que en el Universo no hay observadores y observados sino actuantes, no es ya el mundo de manipuladores manipulados. Se rompe el lenguaje clasificatorio a que estamos acostumbrados, y se obliga a una revisión de nuestra racionalidad.

Claro que sí, los cambios no son fáciles, pero además de lo planteado, de aquí se desprende otra ruptura más fuerte. Y es que se termina con la división objetiva de mente y cuerpo que es una invención de nosotros, del Cartesianismo, para tratar de entender al ser, pero él es un todo, él no es mente y cuerpo por aparte, ni las dos interactuando, es que él es mente y cuer­po al mismo tiempo y en todo momento. Así que lo de mente y cuerpo es una invención para describir y tratar de entender o de explicar una realidad, pero ésa no es la realidad, la realidad es el ser como un todo que a su vez es parte de todo el universo, en un juego que se puede semejar un poco a una holografía.
Aquí está el concepto holístico ecológico de las medicinas alternativas. Sólo cuando uno lleva esta concepción a la práctica tiene la fuerza para hacer cosas alternativas, de resto no hace más que caer en la misma trampa de la racionalidad lineal objetiva y de causa-efecto.
Como Ud. ve, la ruptura que esto conlleva no es sólo con los colegas médicos o con la institución medica, pues no se olvide que la medicina es una institución, por eso es tan difícil que cambie, sino con conceptos arraigados en uno mismo. Pero no es una ruptura terminal, sino una ruptura para construir, algo como lo que decía E. Zuleta cuando hablaba del luto diario que origina nuevas posibilidades, o el Ave Fénix renaciendo todos los días dentro de nosotros mismos.

Claro que sí, y aún más, la enfermedad vista así es un proceso de aprendizaje y de experiencia del ser, tanto del enfermo como del médico que también es un ser humano que crece con el otro, es un crecimiento mutuo.
Veámoslo así: con el proceso de enfermedad-recuperación el enfermo aprende, gana experiencia, el que gana en experiencia y aprende es más sabio, y el que gana sabiduría trasciende. Cuando lo que se hace es ejercer un poder externo para quitar una enfermedad, como si fuera el pecado original, no gana en experiencia, no gana sabiduría, no trasciende, y a toda hora tiene que andar con el bastón del vademécum o recetario, y vademécum y bastón tienen una raíz semejante con la palabra imbécil, se vuelve dependiente, allí andamos casi todos.

Sí señora, ésa es la idea.

En los trabajos de muchos médicos, sociólogos y filósofos puede uno encontrar pistas al respecto ya que la respuesta es bien compleja, aun más, creo que al final no la hay. Heinz Von Foster en Las semillas de la Cibernética (Gedisa, Barcelona 1991), lo plantea y resume muy bien cuando dice que los sistemas vivos como el ser humano tienen una teleología, que es la creencia de que los fenómenos naturales están determinados no solamente por causas mecánicas sino por un designio general presente en la naturaleza. Pues bien: esta teleología o propósito en el caso del ser humano no se conoce, uno sabe para qué sirve un vaso, o un saco, o hasta un portero de fútbol, pero nunca sabe cuál es el propósito o la teleología de un ser humano. Lo cierto es que él la tiene, y para cumplirla él hace lo que se llama una endocausalidad, o sea, que toma todas las cosas que lo perturban bien sea desde el interior o desde el exterior, las modifica, hace una endocausalidad, y las utiliza para cumplir su teleología o su propósito. Esto es algo que trabajan muy bien los investigadores en cibernética social.

Ha entendido Ud. la cuestión. Y es que nosotros estamos acostumbrados a ver las causas de las cosas de una manera de pasado a presente: A es causa de B, B de C, y así más o menos en hechos sucesivos, eso es una causa eficiente según Aristóteles. Pero hay la llamada causa final aristotélica, que implica un propósito, que sería una causa que actúa desde el futuro (yo hago esto porque busco o voy para...), es un nivel diferente a la causa desde el pasado. El problema es que esa teleología en el ser humano es desconocida, es decir, no sabemos nada de su futuro, de su destino y valga la verdad decir aquí que tampoco sabemos nada de su pasado...

Lo que pasa es que las teleologías en el caso de los seres del universo no son individuales, son teleologías que están todas relacionadas entre sí, allí me separaría de un determinismo individual, así que dentro de ese aparente determinismo se juega una gran complejidad en donde surgen propiedades emergentes como ocurre con los sistemas de alta complejidad. De pronto se podría decir que todos estamos unidos por una teleología universal. Tal vez los poetas lo vean más claro. Es que fíjese que cuando la racionalidad se torna insuficiente la metáfora es el camino.
No puedo dar entonces una respuesta más precisa, estamos ante el misterio del ser humano.

No se puede confundir lo colectivo con lo individual, lo colectivo es más que la suma de individualidades, así que una epidemia es un fenómeno colectivo de enfermedad en donde la sociedad está reclamando atención social, política, económica, presencia del Estado o de cualquier otra índole, eso sí lo entiende un poquito el aparato sanitario, una epidemia es un indicador. No es el vibrión colérico el que produce el cólera y la diarrea, son las condiciones sociales las que le dan validez al vibrión como son las condiciones sociales, políticas y filosóficas las que le dan validez al modelo médico, como vamos a ver más adelante.
Pero recuerde que ya en el tratamiento individual del enfermo de una epidemia también son valederas las medicinas alternativas, acompañadas de medidas sociales y políticas.
Recordemos que también la sociología y otras ciencias humanísticas deben de tener visiones alternativas diferentes a las planteadas clásicamente hasta ahora, como es lo de romper clasificaciones, objetividades y diagnósticos.

Es muy cierto, y mientras sigamos pensando en mente y cuerpo no se cambia nada, así las cosas las veamos desde la mente.
La ortodoxia ha hablado de enfermedades psicosomáticas, o sea, que reconoce que la mente actúa sobre el cuerpo. Poco a poco con el cuento de la psiconeuroinmunología se ha dado cuenta que toda enfermedad tiene ambos componentes y que a raíz de estados de estrés, tristezas, tensiones, alegrías extremas, cambios de hábitos y una larga lista de etcéteras, se alteran los mecanismos de defensa y se pueden producir una gran cantidad de males. Les surge entonces la idea de encarar las enfermedades también desde lo emocional o mental, pero siguen sin ver al ser total, holístico, como lo decíamos antes. Siguen en la linealidad de buscar causas, en la objetividad ramplona y en la búsqueda de causas culpabilizadoras; al fin y al cabo, la culpa es otra manera de manipular y dominar, ahora la culpa ya no es sólo de la bacteria o el virus, sino también de la mente.
La visión que planteamos no sigue este tipo de raciocinios ya que la enfermedad adquiere otros significados.
En el caso del cáncer hay investigadores como los esposos Simonton que han trabajado la parte mental y corporal o somática. Ellos someten al paciente a tratamientos tradicionales de cirugía, radioterapia o quimioterapia y también a ejercicios mentales, pero ellos ya han observado que:
"Algo muy frecuente entre mis pacientes es que están aterrorizados cuando después de un tratamiento acer­tado y reuniones de visualización (mental), se les dice que no queda resto de su enfermedad. Esto es muy común. ¡Están aterrorizados! Cuando exploramos esta situación con nuestros pacientes, descubrimos que habían reconocido haber desarrollado el tumor por alguna razón y lo utilizaban como muletas en la vida. Ahora, de pronto, se les comunicaba que el tumor había desaparecido sin que lo hubieran reemplazado por otro instrumento. Eso supone una gran pérdida. Sufren una recaída y éste es un episodio sumamente trastornador. Se han repetido a sí mismos: si me libro del cáncer estaré bien. Ahora lo han logrado y se sienten peor que antes. De modo que no hay ninguna esperanza. Eran desgraciados con el cáncer y lo son aún más sin él. No les gustaba vivir sin el cáncer y todavía les gusta menos vivir después de deshacerse de él." (F. Capra, Sabiduría Insólita, Kairós, Barcelona 1994)
Esto ocurre, pienso yo, porque a más de pensar en tratamientos para la mente y el cuerpo separadamente, están tratando la enfermedad, el cáncer, el diagnóstico y sus factores causales, según ellos mentales y corporales, y no al enfermo como tal. Es que al enfermo no se le trata el cáncer, se le trata es a él para que encuentre su propio orden y camino y como consecuencia de este nuevo orden puede que el cáncer ya no sea necesario para él.
Es que no se puede seguir pensando en luchas anti-enfermedad, o anti-cáncer o anti-muerte, se tiene que pensar en luchas por procesos vitales, la muerte también es un proceso vital, para mí la muerte no es el fin ni la derrota. Fíjese que los Simonton dicen que a sus pacientes no les gustaba vivir con o sin el cáncer, lo hicieron porque precisamente no les gustaba vivir. Es que a veces uno no se muere porque se enferma, sino que se enferma para poderse morir, eso puede ser parte de la teleología.
Así que, volviendo a la pregunta, si yo me siento culpable o derrotado, el bastón que utiliza mi ser total para llevar esa derrota es el cáncer. No se me puede culpabilizar, pues es una manera de adaptarme a esa misma culpabilización. Hay que ir más allá, permitir el autoperdón, la automisericordia. Pero como ésa no es la única causa (ya sabemos que el proceso es holístico, total, universal, acausal, como es característico de los sistemas de alta complejidad, y el ser humano es de alta complejidad) tenemos que retomar la idea de interactuar con el ser y colocarle impulsos para que él retome un nuevo orden particular, singular, pero interdependiente con todo el universo, en el que ya, a lo mejor, no sea necesario el cáncer o cualquier enfermedad llámese como se llame. Así de simple puede ser la cuestión.

Sí, todas, una de ellas es que yo he visto que los enfermos graves que más se curan son los que no tienen fe..., ¡no tienen fe en los diagnósticos catastróficos que les ha colocado el sistema médico! También he visto que los médicos que más curan son también los que no se dejan amedrentar por ese mismo diagnóstico.
Va una anécdota: tengo un amigo en México que se llama Armin Reimers, dos largos metros de ternura mide él. Hace muchos años comenzó a trabajar con acupuntura, no era médico, así que él me cuenta que le llegaban enfermas con diagnósticos catastróficos como ‘lupus'. Él como no sabía qué significaba ese nom­bre, le ponía sus agujas y la gente se curaba o mejoraba.
Pero ante la persecución de que fue objeto por parte de la institución médica, Armin debió estudiar medicina y sacar su titulo de médico. Y ocurrió que cuando las enfermas le decían que tenían lupus, como él ya sabía que eso era catastrófico, se asustaba y perdió entonces la alegría de ver curaciones que antes veía. Es que recordemos que si uno no está alerta los símbolos también enferman y matan.
Ahora, esto no quiere decir que vamos a decir que curamos con ignorancia y con desconocimiento, no, conocimiento y sentimiento van de la mano, esto creo que ya lo dije antes.

Comencemos por el fin. No tenemos en estos momentos una máquina, un examen, una estadística que apoye positivistamente (del positivismo cartesiano en donde la realidad es sólo lo que se puede medir y pesar), mis afirmaciones, pero no se puede negar que es un pensamiento con bases y coherente.
En el paradigma actual la ciencia se basa en la certeza, la busca y se la cree, se es blanco o negro o gris, pero no se puede ser blanco, negro y gris al mismo tiempo. Éste ha sido uno de los postulados básicos cartesianos. Pero cuando llega la física de las partículas atómicas y subatómicas que es la llamada física cuántica encontramos que uno de sus postulados básicos es el principio de la incertidumbre, mejor llamado de indeterminación, de Heisenberg en el cual se plan­tea que el electrón ES partícula (materia), y onda (ener­gía), AL MISMO TIEMPO. Es una de las cues­tiones más revolucionarias de este siglo, hace tambalear el principio de certeza de que ha querido hacer gala el paradigma racional científico actual. Esto del indeterminismo reafirma mi principio de que se es mente y cuerpo al mismo tiempo, o sea, que se es ser total. Quie­ro recordarle que nuestros componentes más íntimos o primarios son los átomos y sistemas cuánticos. Así que sí es un ejercicio del pensamiento, no comprobable con los métodos actuales, pero que yo lo veo funcionar todos los días con los enfermos y muchos lo han visto desde hace siglos.

Dimensionar sí, pero no dentro de las cuatro dimensiones que manejamos actualmente. Le explico, pero me voy a alargar. En la Edad Media, si Ud. ve algunos gra­bados, se dibujaba al señor feudal o al dueño del castillo más grande y al siervo más pequeño, era la perspectiva de esa época, entre más importante más grande en el dibujo. Luego, cuando los artistas, la esté­tica, descubre la dimensión de la perspectiva, de la profundidad, ya la visión no es de más grande el amo y más pequeño el súbdito, ya que todo depende del lugar que ocupe en el espacio y en la profundidad. Aquí, sencillamente, apareció otra dimensión o perspectiva que no fue que se la inventaron los artistas, allí estaba, lo que pasa es que políticamente no interesaba que se viera. Era mejor que los amos se apreciaran mayores que los súbditos, cuando llega la pers­pectiva, que no es que llegara, sino que ya estaba allí pero no se quería ver, ya apareció una manera de restarles prepotencia a los amos.
Es que como decía el místico y poeta W. Blake: "yo no veo con mis ojos sino a través de ellos".
Actualmente manejamos, ¿o aceptamos?, tres dimensiones espaciales y una cuarta, que es el tiempo, con la relativización de Einstein. Manejamos cuatro dimensiones, pero el electrón  se mueve entre 11 y 21 dimensiones, así que eso de sólo 4 dimensiones no es tan absoluto.

Ya vamos. Planteamos, como lo han hecho muchas per­sonas, que tenemos que abrirle paso a una quinta dimensión que se puede llamar la dimensión de la con­ciencia. Tendríamos: largo, ancho, profundidad, tiempo y conciencia.

Primero le digo que esas cinco dimensiones tendrían todas igual importancia, es otra vez el sentipensar. La conciencia a que me refiero sería algo así como la fuer­za, el principio, la posibilidad que integra o permite, o produce la integración y la interacción, a un nivel muy especial, inteligente, armónico, coordinado, de todos los seres integrantes del universo, tanto en su propia singularidad como en lo colectivo. Esta con­ciencia la vemos o sentimos a través de sus manifestaciones, aún no la conocemos en su esencia, es inmanente a los seres vitales.

Es semejante a lo que Jung llamó el Unus Mun­dus, o Bohm el Orden Implícito o Energía Básica, o la Resonancia Mórfica de Sheldrake. Hay muchos experimentos que me apoyan como el relatado por Edgard Morin (Nuevos Paradigmas, Cultura y Subjetividad, D. Fried Schniyman, Paidós, Buenos Aires), en donde en el tema de "La Noción de Sujeto", relata textualmente:
"Hace poco se descubrió que hay una comunicación entre los árboles de una misma especie. En una experiencia realizada por científicos sádicos [como conviene que sea un científico experimentador, ¿es cierto?] se quitaron todas las hojas a un árbol para ver cómo se comportaba. El árbol reaccionó de un modo previsible, es decir, que empezó a segregar savia más intensamente para reemplazar rápidamente las hojas que le habían sacado. Y también segregó una sustancia que lo protegía contra los parásitos. El árbol había comprendido muy bien que un parásito lo había atacado, sólo que creía, pobre, que se trataba de un insecto. No sabía que era el mayor de los parásitos, el ser humano. Pero lo que es interesante es que los árboles vecinos de la misma especie empezaron a segregar la misma sustancia antiparasitaria que el árbol agredido."
También es conocido el experimento del mono número 100: en unas islas de un archipiélago japonés ("archipiélago es un conjunto de islas unidas por lo que las separa" es el hermoso slogan de una excelente revista española que lleva ese nombre), se le enseñó a una mona a quitarle, mediante el lavado, la arena a los cocos antes de comérselos; después otros simios la imitaron y el ejemplo, como era de esperar, se generalizó en la islita. Pero lo extraordinario fue que en un momento dado monos de otras islas comenzaron a hacer lo mismo. A esto, para ponerle algún nom­bre, se le llamó el mono número 100.
Otro experimento que ilustra este punto de la quinta dimensión es el experimento conceptual de Einstein-Podosky-Rosen que fue demostrado por Clauser y Aspect y que consiste en lo siguiente: dos electrones que han sido gemelos en un átomo se aceleran en forma divergente y en el momento en que se cambia el giro (spin) de uno, simultáneamente se altera el giro del otro, no importa a cuántos años-luz esté de distancia. Hay como una conciencia que une a los elec­trones, o que los comunica simultáneamente, como ocurre con los árboles y los monos, y con otras muchas cosas: es la quinta dimensión planteada que no es más ni menos importante que las cuatro conocidas o aceptadas hasta ahora. En las culturas indígenas se aprecia mucho esto, yo no creo que sea magia, creo que es una realidad que nosotros no queremos ver, como no querían ver los señores feudales la dimensión de la perspectiva.
Recuerde Ud. que: Aristóteles clasificó, Galileo, Descartes, Newton, Bacon y Comte cuantificaron y dijeron que sólo era real lo cuantificable, Einstein y la termodinámica añadieron la flecha del tiempo, pienso que el si­guiente paso es la cualificación, el valor de lo no medible, de lo subjetivo, eso sería el puesto de la quin­ta dimensión. Morris Berman (El Reencantamiento del Mundo, Cuatro Vientos, Chile 1987) habla de una conciencia participativa.

En la mejoría de los enfermos. A la ortodoxia le interesa que al enfermo se le quite eso que llaman enfermedad, que para nosotros no es más que un síntoma. Nosotros tenemos que ver no sólo la desaparición de esos síntomas sino también cambios en la parte mental: el enfermo se torna más optimista, de mejor ánimo, para mí eso es un reflejo tanto de la trascendencia como de la conciencia a que me he referido.

Ud. ya está tocando lo que llamamos el modelo médico. Como lo hemos dicho hasta aquí, la cuestión es que se requieren cambios en lo político, lo social, lo cultural, para que esta visión tenga acogida. Por eso es riesgoso comparar sistemas médicos de diferentes culturas pues todo sistema médico es producto de una historia y sólo puede existir en cierto contexto ambiental, político, cultural, al servicio de intereses económicos y, en fin, dentro de un sistema total que le da validez a ese modelo médico. En la medida en que cambien esos contextos también lo hará el modelo médico que se modificará como consecuencia del cam­bio de esas influencias económicas, políticas o filosóficas.
Por ahora no nos hagamos ilusiones, el modelo médico se adapta a las condiciones imperantes, el modelo médico está al servicio de los intereses, él no es aislado de lo demás. La verdad monda y lironda pero triste y dolorosa es el antiguo grito de: "sólo cambiando el sistema habrá salud para el pueblo". Claro que no está nada claro a qué otro sistema es al que se quiere cam­biar. Puede ser más inhumano y hegemónico que el actual.
Mire Ud. otro ejemplo: en los siglos xvii, xviii y xix se realizó una gran revolución del pensamiento, era la época de Descartes, Newton, Boyle y todos esos pensadores que pusieron las bases del paradigma del pensamiento científico y social del momento. Pero fue sólo en el siglo xx cuando la revolución industrial capitalista en que ese pensamiento tuvo aplicabilidad, digamos, práctica, que se pudo ejecutar; que se vio que comparar al hombre con una máquina era rentable.  Allí, cuando se vio que servía a intereses económicos, tomó fuerza y validez el modelo cartesiano y allí llegó el modelo médico actual como resultado, acomodándose a esos cambios económicos, políticos y del pensamiento, colocándose al servicio de ellos. Es que el modelo médico no es ni tan puro ni tan casto ni está aislado de esas realidades políticas. Esto lo deberían de analizar los médicos y todo el personal sanitario. Si ellos no lo saben, no lo piensan, no lo vuelven consciente y de discusión diaria, la blusa blanca será la encubridora y justificadora de las injusticias sociales. Yo creo que ésa es una de las cosas más tristes que está pasando en estos tiempos.
El sistema sanitario actual está hecho para un modelo de desarrollo, para que el ser produzca para una sociedad de consumo. Como decía el yerno de Marx, las cosas están hechas para que los trabajadores laboren horas extras haciendo cosas que los mismos trabajadores comprarán con lo que ganarán laborando horas extras. Así mismo, Ud. ve con ese modelo de desarrollo que se hacen vías y transportes más rápidos para que el trabajador vaya más rápido a vender su plusvalía. Y aún más triste, muchas de esas obras las paga el mismo obrero en forma de impuestos.
Por eso la visión que estamos planteando tiene connotaciones políticas, sociales, culturales, no es un plan­teamiento inocente, es un planteamiento comprometido con la lucha social.
El sistema de seguridad social está hecho para mantener al trabajador a un nivel de producción, por eso el afiliado nunca estará contento con él, por eso tampoco estas cosas pueden tener mucha divulgación, pues se vuelven subversivas.

Si no fuera realmente nuevo, controvertible, divergente, alternativo, desestabilizador, libertario, molesto para algunos, anarquista para otros, no valdría la pena escribir y de pronto publicar esto.

Que el autocuidado, la autorreceta, las promotoras, las citologías, el control prenatal, las vacunaciones masivas, etc., etc., no son más que parte del mismo discurso, es el discurso reciclándose. A la gente ahora ya le entregaron el modelo médico de salud preestablecido, ahora ella tiene que mirarlo como el ideal y autoaconductarse, como el esclavo que se coloca sus propias cadenas, ahora la misma gente se ha convertido en su propia carcelera. Por desgracia, las pseudomedicinas alternativas también han caído en el jueguito, hay agujas y brebajes milagrosos para todo: para tener un buen cuerpo, para tener buenos pensamientos, para alejar las malas energías, para limpiar el aura, para airear el cuerpo astral, para sacarle el quite al Karma; en la mala alternativa también hay un mercado persa de estupideces y un neoliberalismo del alma.

Tenemos que aprender a pensar, no dejarnos meter gato por liebre, cosa que no es difícil, ya que si Ud. mira el imaginario colectivo allí hay mucho de lo que estoy diciendo. Hay que estimular cambios en el pensamiento,  darle a la gente herramientas para que entienda que todos cabemos en este universo, para que no se deje manipular, para que respete al diferente, para que no caiga en dogmas, para que no ande buscando quien le llene las expectativas malsanas. Hay que hacer un trabajo educativo también desde el sentipensar, la cosa no es fácil ni es para ya, pero si Ud. mira a su alrededor se da cuenta que poco a poco se están dando cambios, a veces sin que nos demos cuen­ta y a veces a pesar de nosotros. Pero tampoco nos envalentonemos creyendo que esos cambios, que serán muy grandes, están detrás de la puerta.

Y no sólo Thomas Mann: nuestros abuelos, nuestros padres, nuestros indígenas, los negros; es una forma de socializarse, de reencontrarse con uno mismo. ¿Recuerda Ud. los sudores?, ¿los remedios de la tía medio bruja cuya foto está a veces en un álbum viejo, y que de pronto mostramos con orgullo?, ellos SE curaban, se reencontraban. Actualmente a la persona LA curan y la ponen a producir rápidamente.
Fíjese que si uno es capaz de mirar las cosas desde otro punto de vista comienza a ver más claro eso de la sabiduría, seguramente allí Ud. entiende que los abuelos casi que vivían mejor su proceso de enfermedad.
Yo quiero aclararle aquí que trascender no es como escalar las gradas del éxito, ni más faltaba, ni que la única forma de trascender es enfermándose, no hay que caer ahora en dogmas ni verdades trascendentales, porque entonces a la pobre gente que está ahora en los hospitales y consultorios la vamos a condenar y a llenar de más culpas. Sólo estamos presentando otras miradas, otros puntos de vista, no verdades ni dogmas, caeríamos en el error que estamos criticando.

Es algo muy válido lo que Ud. dice, y también volvemos a la enfermedad como un fenómeno cultural. En nuestra cultura la muerte representa ruptura, dolor, un juicio, además que todos quisiéramos ser inmortales; aún más, hay gente que se ha suicidado en busca de la inmortalidad.
Goethe planteaba que la diferencia entre una muerte plácida y tranquila y una muerte horrible, como de perros, estaba en encontrarse con un buen médico. Lógicamente no comparto esa otra muestra de veneración casi religiosa al aparato sanitario, pero eso refleja el fetiche de los médicos a la hora de la muerte. Creo que a esa hora puede ser más útil una mano amiga que un fonendoscopio examinándonos las entrañas. Allí también se cae la razón de ser de esos feos calabozos que se llaman ‘unidades de cuidados intensivos' a los que se les ha magnificado su función, y que son los peores lugares para uno morir.
En el imaginario popular el médico abraza a una chica con una mano y con la otra rechaza a la muerte, en los pueblos aún ve uno ese cuadro, es la lucha constante contra la muerte, lucha que de entrada está perdida, pero es algo que siempre está presente en todas las enfermedades. Creo que es válido esto en nues­tra cultura, nos hemos enseñado a ver la enfermedad como un paso hacia la muerte y resulta que de pronto podemos cambiar el cuadro y pensar que uno no se muere porque se enferma, sino que uno se enferma porque se tiene que morir, recordemos las observaciones de los Simonton...
Muchos de los enfermos que van a una consulta van enfermos de miedo, a veces basta con explicarles la enfermedad como un hecho vital y se producen muy buenos cambios.

Mire, aunque parezca mentira, la gente ya ni en su enfermedad piensa. El aparato médico ha enajenado al cuerpo. Hace muchos años que el cuerpo ya no nos pertenece, se apropió de él la ciencia médica y cada órgano lo tiene algún especialista. La gente ya en vez de hablar de su útero o de su próstata, habla de su ginecólogo o de su urólogo. Así que cada vez que yo le pregunto a un enfermo qué opina él de su enfermedad responden no lo que ellos creen, sino que la respuesta comienza: "el médico me ha dicho...". Lo primero que hay que hacer es que la gente rescate su cuerpo, cuando lo hace y es consciente de eso, comienza un verdadero proceso de curación.

Ahora ya florecen médicos especialistas en enfermedades terminales y en ayudar a bienmorir, eso me parece que debe de ser función de toda la raza humana, ya le decía que puede ayudar a bien morir más un beso que un aparato de cuidados intensivos. Y otra cosa que no me gusta de ese mercado con la muerte es que no es accesible a todo el mundo, en algunos casos despide ese olorcito de la plata que no deja al fin morir tranquilo a nadie.

Es importante, ya que allí se toca la noción de realidad. Es el diálogo entre Sócrates y Glauco (La República, libro VII) que muestra la interpretación de la famosa metáfora de Platón. Sócrates dice:

"Glauco, préstame tu oído, escucha lo que tengo para decirte: represéntate a unos hombres encerrados en una especie de vivienda subterránea en forma de caverna, cuya entrada, abierta a la luz, se extiende en toda su longitud. Allí, desde su infancia, los hombres están encadenados por el cuello y por las piernas, de suerte que permanecen inmóviles y sólo pueden ver los objetos que tienen delante, pues las cadenas les impiden volver la cabeza. Detrás de ellos, a cierta distancia y altura, hay un fuego cuyo resplandor los alum­bra, y entre ese fuego y los cautivos se alza una tapia.
Figúrate, además, a lo largo de la tapia, a unos hombres que llevan objetos de toda clase y que se elevan por encima de ella, objetos que representan, en piedra o madera, figuras de hombres y animales y de mil formas diferentes, ¿podrán ver otra cosa que no sea su sombra?
¿Qué más pueden ver?
Y si pudieran hablar entre sí, ¿no juzgas que considerarían objetos reales las sombras que vieran?
Necesariamente.
Considera ahora lo que naturalmente les sucedería si a uno de esos cautivos lo libran de sus cadenas y se le obliga a ponerse súbitamente de pie, volver la cabeza, caminar, mirar la luz. ¿Qué habría de responder entonces si se le dijera que momentos antes sólo veía vanas sombras y que ahora goza de una visión verdadera? ¿No piensas que quedaría perplejo y que aquello que antes veía habría de parecerle más verdadero que lo que ahora se le muestra?"

Y continúa Sócrates:

"Y en caso de que se lo arrancara por fuerza de la caverna y no se le soltara hasta sacarlo a la luz del sol necesitaría acostumbrarse para ver los objetos de la región superior. Por último, creo yo, podría fijar su vista en el sol y sería capaz de contemplarlo, no sólo en las aguas o en otras superficies que lo reflejaran, sino tal cual es, y allí donde verdaderamente se en­cuentra."
"Necesariamente"  dijo Glauco.

Después de lo cual, reflexionando sobre el sol, llegará a la conclusión de que éste gobierna todo en el mundo visible y que, de una manera u otra, es la causa de cuan­to veía en la caverna..."

Y continúa:

"Y ahora considera lo siguiente. Supongamos que ese hombre desciende a la caverna y va a sentarse en su antiguo lugar. Si cuando su vista se halla todavía nublada, antes de que sus ojos se adapten a la oscuridad, tuviera que competir con los que continuaron encadenados, dando su opinión sobre aquellas som­bras, ¿no se expondría a que se rían de él? Si alguien ensayara libertarlos y conducirlos a la región de la luz, y ellos pudieran apoderarse de él y matarlo, ¿es que no lo matarían?"
"Con toda seguridad" dijo Glauco